17 octubre, 2014 Deportes, Noticias Escrito por: Redacción RCM
Por
Ángel Bravo (Cubadebate)
Ahora
ya no son solo los artistas sino también algunos deportistas cubanos quienes
con sólo declarar su afiliación política agitan las aguas turbias del
falsamente llamado exilio cubano. “Exilio”, nombre rimbombante que asumieron
los batistianos hace más de cinco décadas, cuando huyeron cobardemente de Cuba.
Hoy es el cascaron de un grupo minúsculo y vetusto amamantados por los
extremistas republicanos de la derecha estadounidense, que se dedican a hacer
buenos negocios con la política anticubana. El residuo de ese “exilio” siempre
trata de estar vivo en los medios, aprovechando cuanta oportunidad tengan.
La
semana pasada se hizo presente en el Bucky Dent Park, en Hialeah, en el llamado
Juego del Reencuentro, el pelotero cubano Antonio Muñoz Hernández (65 años),
también conocido como El gigante del Escambray, una verdadera leyenda del
béisbol en la isla.
Se
trataba de un juego amistoso con excompañeros de equipo y compatriotas que
radican en Estados Unidos. La presencia de Muñoz convocó a mucha gente amante
de la pelota. Y como suele suceder en situaciones como estas, excompañeros y
aficionados buscaron tomarse algunas fotos con él y escucharle.
Un
periodista le preguntó: “Muñoz ¿emocionado de estar aquí en Miami, no?” Él le
respondió: “No. Yo no estoy emocionado de estar en Miami, yo estoy emocionado
de ver tantos cubanos juntos, apretándome, saludándome, acariciándome y dándome
la bienvenida”.
Cuando
Muñoz dijo que a su regreso a Cuba contará del recibimiento que le han hecho
todos los cubanos de esa comunidad, se desató la emoción y algarabía entre sus
admiradores.
Otro
periodista le preguntó: “¿No te parece una tentación los sueldos que están aquí
cobrando los peloteros cubanos?” El gigante le dijo: “Yo de lo que tengo en
Cuba vivo. Eso no me interesa. La tentación debe ser del que firma ese sueldo.
Yo no firmo ese sueldo, y como no lo firmo, pues, yo con lo que me da el gobierno
cubano revolucionario vivo”.
La
conversación con el gigante se llevaba a cabo en buenos términos y la prensa se
había comportado muy decente con él. Pero bastó que pronunciara la palabra
“revolucionario”, para que de pronto surgiera un enano de la chusma batistiana,
que creyéndose atrevido lanzó la pregunta: “¿Entonces tú eres revolucionario?”
Muñoz sin titubeos declaró: “Yo sí soy revolucionario, porque nací en Cuba y
jamás he criticado a nadie que venga para acá. Pero sí soy revolucionario
porque me eduqué con la revolución, vivo con la revolución y muchas
oportunidades que me ha dado”. ¡Más claro, ni las aguas de Varadero!
¿Qué
esperaba el enano que le respondiera El gigante del Escambray? ¿Estaba
esperando que le dijera lo que suelen repetir algunos artistas: ‘no estoy aquí
para hablar de política’? Muñoz no negó su convicción revolucionaria, enfrentó
“el reto” de responder una pregunta fuera de lugar, una pregunta –según el
enano- “venenosa”. El canijo sabía que Muñoz hace mucho tiempo se había declarado
“ser de los de Fidel”, pero aun así quería que el gigante se comportara como
aquellos que dicen una cosa en Miami y otra en Cuba. Se equivocó y se fue en
caída libre.
En
Miami, ciudad de Estados Unidos que se proclama libre y democrática, esa libertad
permite que algunos periodistas sean provocativos o se hagan los guapos detrás
de un micrófono. Pero ellos mismos chillan, cuando quienes son provocados se
expresen libremente. Para la gentuza, que alguien diga “soy revolucionario” es
un delito.
Pero lo
que pasa en Miami no sucede en Cuba. Varios deportistas cubanos que jugaron en
las Grandes Ligas y viven en Estados Unidos, cuando visitan la Isla nadie les
cuestiona ni les pregunta por sus posiciones política o ideológicas; se les
pregunta por su desempeño deportivo, atlético y por sus logros. Ni el gobierno,
ni el pueblo, ni la prensa incomodan a una persona que llega de visita; el
socialismo le ha enseñado a los cubanos a respetar a los seres humanos.
Luego
del batazo del gigante, la prensa batistiana de Miami trató de insinuar que
Muñoz acostumbra a simular lo que dice, para quedar bien con el Gobierno
cubano. Otra vez en Miami quisieron ocultar el sol con un dedo. La identidad
revolucionaria de Antonio Muñoz es conocida por todos. Lo que sucede es que no
les gustó lo que él dijo.
El
canijo periodista quiso hacerlo lucir mal, quiso arrinconarlo, quiso
presentarlo como un hombre de doble moral, pero el gigante nunca se arrodilló.
Acostumbrado a las grandes lides, lo del enano -que quiso asustar con la vaina
vacía- fue para él cualquier cosquilleo. Muñoz quedó bien consigo mismo y con
su pueblo, del cual es un ídolo deportivo.
Cuando
El gigante del Escambray respondió con firmeza “Yo sí soy revolucionario”
estaba pensando en las palabras del Che: “Recuerden que el eslabón más alto que
pude alcanzar la especie humana es ser revolucionario”.

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