Roberto
Fernández Retamar
En los últimos meses he leído en el periódico
Granma más de una opinión de algunos lectores cuestionando, de manera absoluta,
a la juventud cubana, a la que condenan con aquella vieja frase lapidaria,
pronunciada desde que el mundo es mundo, y que la sentencia sin derecho a
apelación: “La juventud está perdida”. Por supuesto, tampoco han faltado
defensores a ultranza de las nuevas generaciones, los que también han
generalizado; pero en sentido positivo; yendo al apologético extremo opuesto.
Es decir, del muy muy, al tan tan. Ambos puntos de vista, llevados al absoluto,
me parecen errados, pues tan peligrosa resulta la cuneta izquierda como la
derecha. Sin embargo, respetando las opiniones y argumentos a favor y en
contra, quisiera dar mi modesta opinión, y considero que, para abordar un tema
tan complejo y espinoso, resulta necesario mirar la realidad objetivamente, tal
cual es, sin adornarla ni denigrarla; sólo evaluarla sin apasionamientos
innecesarios. Y, si de eso se trata, simplemente tendremos que aceptar que –
por más que nos duela – nuestra sociedad –y no sólo su segmento más joven – se
encuentra inmersa en medio de una profunda crisis de valores.
Pero, es necesario tener en cuenta también a la hora
de opinar sobre este polémico tema, que los entendidos en las controvertidas
ciencias de la axiología y la ética consideran, con toda la razón del mundo,
que los valores cambian de una época a otra, a tono con el momento histórico de
que se trate y los intereses generacionales, acordes éstos al nivel de desarrollo
económico, político y social alcanzado por una sociedad dada, como parte de la
evolución que sufre todo fenómeno. Pero no es nuestra intención introducirnos
más de lo necesario en los enrevesados caminos de la filosofía, ni comentar los
aspectos teóricos de la axiología y la ética, materias en las cuales, debo
reconocerlo sin pudor, soy un ignorante. Sólo intento, a la luz de mis escasos
conocimientos sobre dichas materias y mis experiencias y observaciones
personales a lo largo de cinco décadas, intentar una valoración crítica de tan
escabroso tema en las condiciones de la sociedad cubana actual y, en
consecuencia, tratar de dilucidar cuáles fueron las causas que, en su momento,
incidieron negativamente hasta hundirnos en nuestra realidad de hoy, y los
resultados que tal situación ha provocado; así como tratar de incursionar
imaginariamente en el futuro para intentar un cálculo previsor de sus posibles
consecuencias a mediano y largo plazo.
Con independencia de las diferencias que, a causa
del cambio generacional y de época, debe producirse en la sociedad cubana de
nuestros días, no es menos cierto que se aprecia a todas luces, en la mayoría
de las personas menores de cincuenta años un evidente abandono de las buenas
costumbres, las tradiciones, normas morales, de convivencia social y de respeto
mutuo; un creciente y peligroso irrespeto al derecho ajeno, a la propiedad
social, al cuidado del entorno, a las personas mayores; y un crecimiento
inversamente proporcional de la chabacanería, las malas conductas sociales, el
desapego al trabajo, la violación de la ley y el incremento de las maneras
incorrectas; la falta de educación formal, el desconocimiento y la falta de
interés por la Historia
patria y la lengua materna, la cultura autóctona… Tendencias que se incrementan
en la medida en que sea mayor el universo que se estudie. Pero, sobre todo,
llama la atención que este fenómeno ocurra, precisamente, en este gran segmento
poblacional, integrado por diversos grupos sociales de diferentes generaciones,
la mayor parte de ellas a estas alturas ya bien alejadas de la juventud y, por
tanto, de los cambios generacionales antes mencionados; las que, sin embargo,
tienen como denominador común haber nacido y crecido dentro de la Revolución. Asimismo,
llama también la atención esa común actitud de marinero presa del pánico frente
al inminente “sálvese quien pueda”: tirarlo todo por la borda y no buscarse
problemas por nada, pues nada que no sea lo propio interesa ya a nadie.
Luego entonces, podríamos preguntarnos: ¿Cómo es
posible semejante paradoja en un país con un gobierno que lo ha dado todo por
su pueblo, particularmente en la educación, al cual se le considera modelo
universal en ese terreno? Trataré de explicarlo desde mi punto de vista, a
partir de la relación directa que le veo a esta problemática con la esencia de
mis trabajos, anteriormente publicados en este mismo espacio, los que el lector
habitual de este sitio debe conocer y tal vez recuerde.
No obstante lo antes dicho, considero que, para
hablar de valores, resulta necesario, primeramente, definir, aunque sólo sea
someramente, qué se entiende como tales. Veamos entonces a qué nos referimos: A
pesar de que la mayoría de las personas con un nivel medio de desarrollo
escolar y cultural tenemos una idea general acerca de los valores, no todas
podemos explicar con claridad y acierto el significado de dicho vocablo en el
terreno de la práctica social, y mucho menos acercarse siquiera a cómo el mismo
es aceptado por los estudiosos de la filosofía. Incluso en la bibliografía
especializada consultada para la elaboración del presente trabajo, no aparece
una definición conceptual precisa y exacta de los valores. Por tanto tendremos
que hacer un esfuerzo para tratar de conformarla a partir de su contenido y
significado. Pero, antes de continuar debemos dejar claro que, en este caso,
cuando hablamos de valores, nos estamos refiriendo al conjunto de normas
morales, tradiciones, costumbres, hábitos de conducta y respeto, establecidos
firmemente como conceptos, convicciones y principios humanistas, políticos e
ideológicos acerca de lo bueno, lo malo, lo moral, lo honesto, lo perfecto, lo
útil, lo bello, lo permisible, lo legal, lo humano, lo patriótico, los deberes
y derechos propios y ajenos. etc., que, al ser interiorizados a través de todo
el proceso educativo que recibe el individuo de parte de la familia, el
ambiente social en que vive, la escuela, la sociedad en su conjunto, acorde a
la época histórica concreta en que le tocó vivir, los asume voluntariamente,
como parte íntegra de su formación educacional y de la vida misma, los cuales
llegan a convertirse en sólidas convicciones profundamente arraigadas en lo más
íntimo del mundo interior del sujeto, al punto de que llegan a autorregular y
regir su conducta, como un estereotipo dinámico que se convierte en un sistema
de normas inviolables, las que el individuo se exige inconsciente e
involuntariamente a sí mismo.
Para su mejor estudio, el filósofo cubano, Dr. José
R. Fabelo Corzo, en su libro “Los valores y sus desafíos actuales”, divide los
valores desde el punto de vista teórico, en tres grandes dimensiones. Son éstas
el Sistema Objetivo de Valores, integrado por el conjunto de éstos que resultan
tradicionales y de hecho son inmanentes a la sociedad de que se trate. Integran
este sistema de valores, las normas morales, de conducta y respeto mutuo
tradicionalmente aceptados por todos desde siempre a partir de la costumbre,
los preceptos educativos y de solidaridad humana trasmitidos de generación en
generación; los principios ideológicos y jurídicos; los conceptos humanistas,
de solidaridad, justicia e igualdad sociales, etc. contenidos y practicados por
la sociedad en su conjunto y que rigen su actuar cotidiano, acorde a valores
universales que permiten y alimentan la vida en común de sus integrantes en
cuestión, los cuales llegan a formar parte de los valores internos de cada
sujeto, los que se retroalimentan espiritualmente de éstos a lo largo de sus
vidas. Complementan la anterior dimensión, el Sistema Subjetivo de Valores, el
cual no es otra cosa que la manera en que esa significación objetiva de los
valores contenidos en la sociedad misma se refleja e influye decisivamente en
el mundo interior del sujeto, al que alimenta, y con el tiempo pasa a formar
parte de su conciencia para regir la conducta de éste, acorde a los valores de
toda la sociedad; y por último, el Sistema de Valores Instituidos, integrado
por aquellos que expresan la ideología oficial y los intereses del estado, los
cuales aparecen refrendados en leyes y están protegidos por el aparato jurídico
y coercitivo el estado, que hace cumplir la voluntad política de la clase
dominante erigida en ley, como bien definiera Carlos Marx en El Manifiesto
Comunista, y en una sociedad que pretende construir el socialismo, deben
corresponderse, además, con el Sistema Objetivo de Valores.
En ese tipo de sociedad, como es el caso de la
nuestra, la que, a través de su sistema de educación y de justicia, se propone
crear un modelo de individuo acorde a tales intereses, se supone que el Sistema
Objetivo de valores esté sólidamente representado en el Sistema Subjetivo, el
que sustenta la conducta de cada sujeto, la que, al mismo tiempo, se encuentre
en concordancia con el Sistema Instituido de Valores que aplica y defiende el
estado con fuerza de ley; pues, en este caso se sobreentiende que, al menos
teóricamente, las personas hayan sido educadas y formadas bajo la influencia de
ese Sistema Instituido de Valores para que piensen y actúen de la manera que la
sociedad lo necesita, acorde a lo instituido por el estado para beneficio de
todos, con el fin de lograr los altos propósitos de la edificación socialista.
Pero, ¿cómo se puede lograr la formación de tales
valores espirituales en una sociedad como la nuestra, para que la conciencia de
los ciudadanos regule voluntaria, automática y espontáneamente la conducta, y
lograr que la misma resulte congruente con los intereses del resto de la
sociedad y los del estado, de manera que con tal actuación el sujeto cumpla, al
mismo tiempo, con la sociedad y consigo mismo?
La formación de los valores morales es un complejo
proceso de influencias y condicionamientos psicológicos, sociológicos,
pedagógicos, morales, educacionales, económicos y sociales en general que
comienza con la vida misma y se extiende a todo lo largo de ésta, en el cual se
vinculan íntimamente instituciones tan diversas como la familia, la comunidad,
la escuela, el centro laboral, la sociedad en su conjunto y el estado, a través
de todo su aparato administrativo, político y judicial, en las que se combinan
diferentes métodos y procedimientos educativos, de estímulos e influencias que
interactúan con el Sistema Nacional de Educación y con los textos de estudios.
Entre estos métodos se destacan, ante todo: el ejemplo de actuación de todas
aquellas personas que, de cualquier manera, y desde cualquier nivel y posición
ejerzan –o pretendan ejercer – , la función de educadores; así como la crítica
y el estímulo en cualesquiera de sus diversas manifestaciones, ambos ejercidos
de manera justa, oportuna, adecuada y congruente.
Desde que el niño nace, comienza a recibir la
influencia de los valores o antivalores que priman en el seno de la familia en
la que le tocó vivir, los que poco a poco se entrelazarán con los de los amigos
de la casa, los de la comunidad, la escuela, y los valores instituidos por el
estado, que le llegarán a través de los medios de difusión masivos y en el
respeto a las normas sociales y jurídicas trasmitidas por parte de los mayores;
así como de la escuela, y la misma comunidad en que vive. Al respecto de este
asunto, el Dr. Luís R. López Bombino en el libro “El saber ético de ayer a
hoy”, recurre a una afirmación muy cierta del filósofo alemán Arthur
Schopenhauer, el que, por cierto, no fue nada progresista, ni su obra se
destacó por lo educativa, todo lo contrario; pero en este caso le asiste toda
la lógica y la razón, la cual reproduzco a continuación: “Predicar moral es
fácil, fundar moral es lo difícil”, y abunda a continuación el filósofo cubano
sobre un aspecto de singular importancia para nosotros, dadas las experiencias
negativas que tenemos en la aplicación de tales prácticas, lo cual nos obliga a
valorar el asunto hoy muy seriamente: “los valores, en general, y los morales
en particular, no pueden ser inculcados. Éstos más bien se revelan y forjan a
través de todo un proceso educativo”. Y continúa afirmando el cubano que “la
inculcación de valores morales tiende a disminuir la capacidad de independencia
individual y la valuación crítica de las múltiples cuestiones a las que hoy se
enfrentan los seres humanos en el decursar de su vida cotidiana y profesional”
Luego entonces, los valores morales son el resultado
de un largo proceso educativo y de influencias de diversas índoles, que nos
llegan a través del medio familiar, la comunidad, la escuela, los maestros, las
normas jurídicas, los órganos de justicia, el estado como tal y sus
instituciones, así como de la sociedad en su conjunto, que llegan a formar
parte, lenta, espontánea y voluntariamente, una vez convertidas en profundas
convicciones, de la conciencia del sujeto, por lo que, una vez logrado este
alto grado de concientización, los valores lentamente adquiridos llegan a
condicionar, sin siquiera pensarlo ni proponérselo el individuo, la actuación del
mismo, hasta autorregularla, acorde a la escala de valores morales que, para
entonces, rigen su actuación cotidiana desde su mundo interior. O lo que es lo
mismo, su escala de valores.
Ahora bien: Visto todo lo anterior se impone una
pregunta: ¿Qué tiene que ver todo esto con la supuesta crisis de los valores en
Cuba? A partir de aquí trataremos de explicarlo, según nuestra apreciación. La
pérdida de valores morales en la sociedad cubana que, sin dudas, hoy reviste un
carácter, además de generacional también progresivo, a mi juicio pudiera tener
su origen más lejano y profundo en las consecuencias de la violación continuada
del ya aludido en anteriores trabajos principio de distribución socialista: “De
cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo” En la misma medida
en que el pago se desvinculó de la cantidad y calidad de trabajo aportado por
cada cual, el salario dejó de ser un estímulo para aumentar y perfeccionar la
actividad laboral, conspirando asimismo contra la posibilidad del surgimiento
de la nueva conciencia social, a partir de la identificación del obrero con los
medios de producción que le posibilitarían la satisfacción de las necesidades
materiales y espirituales suyas y de su familia, en concordancia con los
resultados de su trabajo, condiciones que él podría mejorar aun más
perfeccionando su trabajo en calidad y cantidad, para hacer surgir la
convicción de que esos medios de producción que le permitían la satisfacción de
las necesidades siempre crecientes suyas y de su familia eran también suyos, y
no sólo del estado, del cual forma parte inseparable; y esa manera de pensar de
cada trabajador habría sido la que llegaría a posibilitar en el futuro la
socialización de la producción y favorecer el surgimiento de la nueva forma de
conciencia social, en el grado y medida en que se lograra ir creando la base
económica del socialismo.
Pero la prolongada falta de satisfacción de las
necesidades de la población, aumentadas por los rigores del interminable
bloqueo económico, unido a los continuados errores en la dirección de la
economía a nivel nacional, así como a las periódicas catástrofes naturales que
en gran medida han ayudado siempre a enmascarar la responsabilidad de muchos
por las malas decisiones económicas, así como las deficiencias en la educación,
hizo que, poco a poco, la gente de las generaciones emergentes se fuera
desentendiendo de aquel futuro luminoso prometido desde los tiempos de sus
abuelos, y que nunca acababa de llegar y cada vez parecía estar más y más
lejos, hasta convertirse para los jóvenes de hoy en una quimera en la cual
creían menos cada día; pues al no ver solución a sus necesidades materiales de
existencia, poco a poco dejaron de confiar en el discurso oficial y se
desentendieron del mismo, poniendo en primer plano sus propios intereses
individuales. No olvidemos que la miseria
material engendra, en la mayoría de los casos, miseria espiritual, mucho más
cuando se trata de una sociedad en tránsito del capitalismo al socialismo, en
la que, al no haberse creado aun la base económica del socialismo, tampoco ha
surgido la forma de conciencia social correspondiente a la nueva sociedad, y la
que prevalece es la vieja conciencia social capitalista, que las jóvenes
generaciones reciben por carácter transitivo del ambiente social y familiar en
el que nacen y se educan, el cual ejerce una influencia más poderosa y decisiva
en los niños y adolescentes que la que les llega de la escuela, los medios de
difusión masiva y todo el Sistema de Valores Instituidos en su conjunto, pues
no debemos olvidar aquella afirmación marxista:”el hombre piensa como vive”, y
durante el período de transición las personas continúan conviviendo dentro del
capitalismo que comienza su largo y penoso proceso de extinción, que concluirá
con el doloroso parto de la nueva sociedad, hija del decadente capitalismo,
junto al cual tendrá que crecer y fortalecerse hasta llegar a sustituirlo,
cuando haya tomado de éste lo mejor y pueda elevarlo a nuevas cualidades.
El resurgimiento del individualismo entre nuestras
jóvenes generaciones, al cual hacíamos referencia al principio del párrafo
anterior, también ha tenido mucho que ver con las deformaciones surgidas al
calor del oportunismo y la corrupción que paulatinamente minaron a la sociedad
cubana actual. El hecho de que aquellos que ostentan cargos de dirección, ya
sea en el terreno político, económico o administrativo, y sus familiares, gocen
de beneficios que a los demás están vedados, práctica que ha llegado a
convertirse en una ley no escrita; pero de más estricto cumplimiento que la Constitución de la República, consagrando
en la práctica los derechos a desigualdades y privilegios hereditarios, también
ha condicionado una manera de pensar y de actuar en extremo pragmática,
individualista, egoísta y oportunista en las generaciones emergentes que
paulatinamente se han venido superponiendo durante estos cincuenta años, las
que, a partir del mal ejemplo de actuación recibido de la sociedad durante toda
su vida, han llegado a arraigar la convicción de que la única manera de
satisfacer sus necesidades es poder llegar a ostentar un cargo importante, y
para ello la mejor vía es la simulación, la adulación y la incondicionalidad a
los jefes que pueden potenciarlos para ocupar tales puestos.
Unido a lo anterior, no podemos dejar de mencionar
el papel que ha jugado la acción del bloqueo con su sarta de necesidades
materiales y, aparejado a ello, la labor de zapa sobre la población cubana,
desarrollada por la propaganda imperialista especializada, en particular los jóvenes,
la que sin duda alguna ha aprovechado todos nuestros errores y desviaciones; la
que no ha tenido un adecuado enfrentamiento por nuestra parte, pues, en primer
lugar, generalmente los beneficiados con esa manera incorrecta de actuar, o lo
que es lo mismo, los oportunistas y corruptos sembrados en los cargos de
dirección desde los cuales lucran como señores en sus feudos, se han opuesto
con todo su poder a quienes han tratado de impedir tales prácticas. De tal
manera, el trabajo político ideológico ha estado cada vez más plagado de
dogmas, formalismos y rutinas, llegando a generalizarse la opinión y la
práctica de que repetir el discurso oficial, las arengas y las consignas era lo
idóneo para interiorizar las convicciones políticas e ideológicas y los valores
morales en la población. Por otra parte, el trabajo cultural no parece haberse
encaminado adecuadamente a salvar y regenerar lo propio como sustento cultural
de nuestra identidad nacional, aceptando lo bueno de lo foráneo, pero haciendo
prevalecer lo autóctono; sino que, lo peor de lo ajeno parece haber anidado en
el interior de lo nuestro para convertirse, en muchos casos, en un nido de
serpientes que se han alimentado, en gran medida, del espíritu de los relevos
generacionales.
Al mismo tiempo, se ha incurrido en el error que
advierte el Dr. López Bombino en la obra citada, al intentar por todos los
medios y durante largo tiempo inculcar los valores morales a los jóvenes, con
lo cual, lejos de lograr el propósito deseado, se ha matado la capacidad de
independencia individual –es decir, la opinión propia – y la valoración crítica
de la realidad circundante, condiciones que han abonado el terreno para la ya
aludida simulación, además de la deshonestidad y el oportunismo como vías
idóneas para alcanzar una posición ventajosa en la vida, que casi siempre
conduce directamente a la corrupción.
Volviendo a las consecuencias de la violación del ya
repetido principio de distribución socialista y a las supuestas ventajas
ideológicas de la sustitución del estímulo material por el estímulo moral: en
la misma medida en que las limitaciones impuestas por el bloqueo se
incrementaron y las necesidades de la población fueron cada vez menos
satisfechas, el discurso oficial y las consignas repetidas como dogmas, paulatinamente
perdieron el valor, y la solución de los problemas personales con los recursos
del centro de trabajo al pasar el tiempo se convirtió en la única solución
posible, ya que no existe ninguna otra vía legal para que la población dé
solución a la cadena de problemas pequeños y grandes que la agobian
diariamente, práctica que poco a poco se transformó en una vía para resolver
los problemas a jefes de diferentes niveles, sus familiares y amigos, hasta
involucionar hacia el nepotismo y la corrupción. Con ese mal ejemplo de
actuación, tanto en la base como en las esferas intermedias y superiores, y la
falta de exigencia y control sobre los recursos del estado, que cada vez
interesan menos, pues la gente no se siente parte del mismo, se generalizó la
costumbre de apropiarse de los medios del estado para
resolver los antes aludidos problemas personales, con el consabido menoscabo de
los valores en la conciencia de la masa laboral de todas las edades y sus
descendientes, que aprendían del ejemplo cotidiano de sus padres. Este
resquebrajamiento de la moral, al generalizarse en la sociedad, también
erosionó la exigencia, el control y la aplicación de la legalidad y, en
consecuencia, la disciplina laboral y social dejaron de ser materias
importantes para la gente, pues ya venía en crisis desde los tiempos en los que
se entronizó el paternalismo en toda Cuba, y la práctica cada vez más exagerada
de las gratuidades y regalías como parte de la política utópica supuestamente
dirigida a construir al mismo tiempo el socialismo y el comunismo, así como a
formar el llamado hombre nuevo para el siglo XXI.
En la misma medida en que el salario no alcanzaba
para satisfacer las necesidades, situación que se agravaba con la inflación que
producía la baja productividad del trabajo, crecía el desinterés por el vínculo
laboral con el estado, única opción para obtener un empleo legal, y aumentaba
la tendencia, sobre todo en las personas jóvenes, a emplearse en los nacientes
y cada vez más lucrativos sectores privados marginales, abastecidos básicamente
con los productos sustraídos al estado; lo que generó una tendencia cada vez
más creciente por obtener dinero fácil, en lo que se comprueba la consecuencia
negativa de otro error cometido en los inicios de la Revolución, ya
mencionado en mis trabajos anteriores, pero no por ello agotado el tema: me
refiero a no habernos percatado a tiempo de la necesidad de mantener durante el
período de tránsito del capitalismo al socialismo, junto a la estatalización de
los medios fundamentales de producción, la pequeña y mediana propiedad privada,
así como no haber desarrollado la propiedad cooperativa en todas las áreas de
la economía nacional, todas ellas como vías transitorias entre la propiedad
capitalista y la futura propiedad social socialista.
Por otra parte, ante la creciente falta de valor del
dinero y la imposibilidad de satisfacer las necesidades propias y familiares
con el salario, en las generaciones emergentes fue ganando terreno la tendencia
a no estudiar carreras universitarias, pues las mismas no le garantizarían un
salario decoroso. De esta manera, se debilitaron sectores tan importantes como
la propia educación, pues casi nadie quería, ni quiere, ser maestro. Así, llegó
el momento en que fue necesario reforzar dicho sector, por lo que entraron en
el mismo muchísimas personas no idóneas, sin vocación, ni la adecuada formación
ni el necesario nivel para ejercer la docencia, incapaces de formar valores en
los niños y adolescentes a los cuales impartían clases, pues ellas mismas
carecían de tales atributos morales.
Asimismo, la creciente falta de conciencia social y
la pérdida de valores morales y político-ideológicos, ha ido generalizando la
tendencia creciente en una parte cada vez mayor de los relevos generacionales a
no buscarse problemas por nada que no les incumba personalmente, sobre todo en
el orden económico, pues, según la creencia más extendida hoy, nadie puede
resolverlos, ya que “esto no hay quien lo arregle”, dando lugar así a que se
incremente en ya mencionado individualismo. Que cada cual resuelva sus
problemas como pueda y a nadie le importa cómo lo hace; sin preocuparse por lo
que no le incumba personalmente, sea legal o ilegal.
Frente a este fenómeno, el trabajo de las escuelas
se ha hecho ineficaz, dada la ya aludida falta de profesionalidad de gran parte
de los maestros. Y el supuesto trabajo ideológico en los centros de enseñanza y
el que deberían realizar las organizaciones políticas y de masas en los barrios
y comunidades se ha mostrado cada vez más formal, dogmático, esquemático,
rutinario y vacío, incapaz de llegar a la conciencia de los jóvenes con razones
convincentes, pues los valores que intentaron inculcarles a base de repetición
en la escuela y a través de dichas organizaciones de masas y del discurso
oficial, sencillamente no prendió en las conciencias, pues casi siempre quienes
se los exigían no eran ejemplo de lo que profesaban y, por tanto, tales
supuestos valores, hoy por hoy, no significan nada para casi nadie.
En la
Cuba hoy no es un secreto que estas deficiencias en las
escuelas vienen produciéndose y acrecentándose desde hace décadas, cuando se
entronizó la exigencia por la promoción en primer lugar, llegando a provocar
notables pérdidas en la calidad de la educación, sobre todo en el terreno de la
educación formal y estética, así como en la formación de sólidos valores
morales, convicciones patrióticas y principios políticos e ideológicos, pues se
descuidó durante años la enseñanza de importantes asignaturas estrechamente
vinculadas con estos propósitos, tales como la lengua materna, la Historia de Cuba y el
marxismo. Asimismo, se eliminaron desde el principio de la Revolución importantes
asignaturas para la educación formal, como Moral y Cívica y Educación para el
Hogar, por considerarlas innecesarias en la nueva escuela cubana.
Es lógico que en esta situación, sean las nuevas
generaciones las que manifiesten la mayor pérdida de valores, pues no los
tenían arraigados cuando se desvió el rumbo; además de que, por las razones
antes dichas la calidad de la educación básica ha venido en decadencia, al
mismo tiempo que la falta de interés por el trabajo y la exigencia se han hecho
parte del modo de vida de la gente, mientras ha aumentado el interés por los
empleos en sectores lucrativos y marginales de dudosa legalidad o franca
ilegalidad, en concordancia con la creciente pérdida de valores morales en la
gente.
Las deficiencias en la educación formal, ética,
estética, cívica y patriótica, así como la cada vez más generalizada falta de
exigencia y control en casi todos los sectores de la vida nacional, unido al
individualismo que la falta de estimulación por el trabajo ha generado en
múltiples generaciones cubanas de manera consecutiva, ha hecho que una enorme
cantidad de familias, sobre todo en los sectores de la población con más bajos
niveles educacionales y culturales, se hayan degradado en el orden moral, dando
lugar a un alarmante incremento de conductas antisociales y delictivas, al
mismo tiempo que se ha incrementado el irrespeto a las normas de convivencia
social y jurídicas; a la propiedad social, al derecho ajeno, a las buenas
costumbres, el abandono de las tradiciones y los valores históricos heredados
de las generaciones anteriores, desde los inicios mismos de la nacionalidad
cubana.
Sin duda alguna, ante ese desmoronamiento moral e
ideológico crece la “influencia cultural” del enemigo, que no desaprovecha
nuestros errores y debilidades para sembrar su semilla en la conciencia de la
gente joven. Como dijera en un alarde metafórico John F. Kennedy, el asesinado
Presidente de los EE.UU., en uno de sus discursos a principios en la década de
los sesenta, cuando inauguró la lucha ideológica contra Cuba, después de la
derrota de Girón: “Tenemos que encontrar las grietas en la Cortina de Hierro, para
sembrar en ellas las semillas de la libertad.”
Tratando de dar respuesta a la pregunta formulada al
principio, referente a qué tiene que ver todo lo ducho con la supuesta crisis
de valores en Cuba, considero oportuno volver sobre lo planteado por el Dr.
López Bombino en la obra “El saber ético de ayer a hoy”: “La inculcación de
valores, morales en particular, tiende a disminuir la capacidad de
independencia individual y la valuación crítica de las múltiples cuestiones a
las que hoy se enfrentan los seres humanos en el decursar de su vida cotidiana
y profesional.” En particular creo necesario detenernos de nuevo en el asunto
de la inculcación de valores morales y sus consecuencias. Veamos cómo este
error continúa presente entre nosotros, provocando la deformación de los mismos
valores que se pretende formar: Durante décadas escuchamos repetir hasta el
cansancio, por ejemplo, que la honestidad era un principio básico de la
educación socialista, y el trabajo era un deber social. Sin embargo, desde muy
temprano, buena parte de las generaciones actualmente en edad laboral
aprendieron que lo principal en la escuela –como ya dijimos anteriormente y
disculpen la repetición- era aprobar, aunque para ello tuvieran que recurrir al
fraude, pues lo que se le exigía a los centros educacionales era la promoción
del alumnado a toda costa, no el conocimiento. Asimismo, hoy intentamos apelar
a la conciencia de la población laboralmente activa (los jóvenes, por supuesto)
para elevar la cantidad y calidad del trabajo. Es decir, la productividad. Pues
lo más importante en cualquier lugar del mundo, no importa la época histórica
ni el sistema social que impere, fue, es y será la producción de bienes de uso,
consumo y servicios, sin la cual ninguna sociedad ha podido ni podrá jamás
subsistir. Pero ese llamado a la conciencia no va acompañado de la necesaria
estimulación material, lo cual impide que el trabajo se convierta en la vía
para que la gente pueda resolver sus problemas materiales. O sea, que el trabajo llegue a ser considerado por
todos como la primera necesidad vital del ser humano. Por ello, las arengas
encaminadas a lograr inculcar el amor al trabajo e incluirlo en la escala de
valores de la masa laboral, resultan infructuosas, pues la mayoría de las
personas a quienes éstas van encaminadas, no hace suya esa necesidad del
estado, al cual consideran como un ente ajeno, amorfo e intangible, del cual no
se sienten parte, pues no fueron educados desde pequeños en el amor al trabajo
ni en el sentido de pertenencia a la sociedad como valores morales, sino que
siempre se les trató de inculcar, y por tanto nunca lo interiorizaron. Además,
la falta de estimulación económica acabó por matar el amor al trabajo, toda vez
que la cantidad y calidad del mismo no entrañaba un incremento del salario y no
era posible satisfacer las necesidades materiales con el mismo. Ahora, cuando
se precisa recuperar la fuerza laboral en sectores como la agricultura, la
construcción, la pesca, y otros particularmente duros, en tiempos en que las
condiciones laborales no son las más cómodas ni la remuneración económica la
mejor, la inmensa mayoría de la gente en edad laboral, con independencia de la
edad, no se siente comprometida con esa importante tarea, y prefiere dedicarse
a trabajos mejor remunerados, como el turismo, el comercio y la gastronomía
entre otros, o practicar oficios informales en la marginalidad, donde ganan
mucho más, sin importarles la legalidad o no de tales empleos y los materiales
con que trabajan ni las necesidades de la sociedad en su conjunto; como tampoco
lo que ellos y sus familiares reciben de ésta y el compromiso social que ello
entraña en el orden moral; al extremo que resulta frecuente escuchar entre los
jóvenes, expresiones relativas a que no desean trabajar con el estado, así como
manifestaciones en las que ponen en duda las ventajas del socialismo como
sistema social, llegando no pocos a afirmar que prefieren el capitalismo, al
cual consideran un sistema superior, pues creen que es más capaz de satisfacer
las necesidades individuales del ser humano. Así, todo el conjunto de factores
económicos, jurídicos, educacionales, morales, ideológicos, etc., antes
enumeraos, han devenido en una profunda crisis de valores, que afecta en
especial a las jóvenes generaciones. Esa es la causa principal del desinterés
por el trabajo, el aumento de la vagancia y el delito, así como de una parte
importante de la gente joven vea en la emigración hacia países desarrollados la
única solución a su situación económica y la de su familia.
En mi criterio, parece ser que las consecuencias que
en el terreno económico, tanto individual como social, acarreó para la población
la violación continuada del principio de distribución socialista y la excesiva
estatalización de la propiedad, así como la exagerada centralización
gubernamental en la economía, mantuvo vivas las fuerzas productivas de la vieja
sociedad; las que, además, no fueron armonizadas, como era debido, en el
engranaje económico nacional para continuar asumiendo las producciones y
servicios necesarios a la población, las que el estado revolucionario era
económica y administrativamente incapaz de asumir, impidiendo de esa manera el
pleno desarrollo de las nuevas fuerzas productivas. Este complejo problema
incrementó las limitaciones impuestas por el bloqueo, lo cual impidió al
Gobierno Revolucionario cumplir en toda su magnitud el proyecto de mejoramiento
de vida para la población. Al mismo tiempo, el deficiente trabajo de educación
política e ideológica durante años y la acción de la propaganda enemiga durante
décadas, unido al efecto nocivo de la corrosión provocada por el oportunismo y
la corrupción continuada y cada vez en mayor ascenso, trajo como consecuencia
que el Sistema Objetivo de Valores, o lo que es lo mismo: la relación de
significación existente entre los distintos procesos de la vida social, y las
necesidades e intereses de la sociedad en su conjunto, que incluye, por
supuesto, los de cada sujeto en cuestión, dejara de tener significación para
una parte importante de la gente, y ello se hiciera más y más amplio en las
nuevas generaciones, al encontrar cada vez menos correspondencia entre sus
valores subjetivos, deformados muchas veces, y el conjunto de los valores
objetivos que la sociedad ponía ante ellos. Por otra parte, parece lógico
considerar, que al entrar en contradicción ese Sistema Objetivo de Valores de
la sociedad como tal, con el Sistema Subjetivo de Valores de un segmento cada
vez más numeroso de la población, y, por añadidura, compuesto por la gente más
joven y, por tanto, más inquieta, inexperta, aventurera y fácil de manipular
por el enemigo, poco a poco el Sistema Institucionalizado de Valores con el
cual el estado intentaba proteger los valores objetivos intrínsecos en la
sociedad, dejó de responder a los intereses de ese grupo y, en consecuencia,
también dejó de proteger los valores subjetivos que, con el decursar del
tiempo, se habían convertido en los dominantes en el esquema de valores
generalmente adoptado por el grupo. Al mismo tiempo, ese Sistema Instituido de
Valores también llegó a verse afectado desde hace mucho tiempo por la falta de
estimulación económica a los miembros de los órganos encargados de velar y
exigir su cumplimiento, con lo cual ocurrió lo que advirtiera hace mucho el
eminente pedagogo soviético Antón Makarenko en su libro “Poema pedagógico”:
“Donde no hay exigencia, no puede haber disciplina”. Como consecuencia de este
error se entronizó primero la indisciplina en todos los sectores y niveles de
la sociedad cubana, seguida más tarde del creciente irrespeto a todo lo
instituido, ya fuera legal o tradicionalmente, y después la violación flagrante
de la ley misma, situación que hoy que vemos por todas partes diariamente,
antivalores que se trasmiten de generación en generación, desvirtuando el
Sistema de Valores Instituidos, con el consiguiente efecto en el Sistema
Subjetivo de Valores de una parte cada vez más amplia de la población, lo que
ha llegado a conformar una manera de pensar y de actuar cada vez más alejada y
ajena a los intereses de la construcción estatal socialista.
Al no prestarle atención y, en consecuencia, no
detectarse ni diagnosticarse a tiempo este fenómeno, no fue posible enfrentarlo
y darle el tratamiento adecuado, lo cual posibilitó que el mal se expandiera y
creciera cada vez más, contaminando a la mayor parte de las nuevas generaciones
que arribaban continuamente a la edad juvenil, hasta llegar a convertirse en el
caos que tenemos hoy, el que sin duda alguna constituye – y disculpen la
reiteración- una crisis de valores de grandes proporciones, cuyas consecuencias
finales resultan aun imprevisibles; pero por lo menos nos permiten vaticinar
que tanto la generación que hizo la Revolución como las que nos incorporamos a ésta
desde los primeros momentos para defenderla, impulsarla y forjar un futuro
mejor para nuestros hijos, todo parece indicar que nos hemos quedado sin el
relevo que siempre soñamos, pues no fuimos capaces de formarlo de la mejor
manera.
Por otra parte, me parece alarmante que ante la
evidente crisis de valores que amenaza a la sociedad cubana actual y a su
futuro inmediato, no siempre se observa una explicación objetiva por parte de
las instituciones políticas y gubernamentales ni de la prensa oficial, que
permita una respuesta objetiva, libre de triunfalismos y de apologías;
encaminada a combatir sus causas reales, algo en extremo peligroso, porque, tal
como hace el médico, para curar al paciente lo primeo ha de ser identificar la
enfermedad que lo aqueja para decidir el tratamiento a aplicar. Así hemos visto
cómo se comienza a reconocer de manera oficial, aunque tardía y muy
tímidamente, que existe en Cuba apenas un “deterioro de los valores”. De tal
manera, pudiera pensarse que se trata de algo simple, pasajero; nada grave que
pueda llegar a constituir una amenaza. Y lo peor de todo, a mi juicio, es que
entre las causas a las cuales se atribuye este fenómeno se enumeran mecánica y únicamente
las consecuencias económicas que trajo para Cuba el derrumbe del campo
socialista, así como las medidas de orden económico que el gobierno cubano se
vio obligado a adoptar, como fueron la despenalización de las divisas, la
reapertura de los mercados agropecuarios, la ampliación del trabajo por cuenta
propia y el incremento del turismo internacional; así como la influencia de la
sociedad de consumo, a todo lo cual se culpa de haber provocado en parte de la
población –no se especifica en cuál sector ni su cuantía- “el deterioro de
determinados valores –no todos-, como son la honestidad, la responsabilidad, la
solidaridad, la honradez, la laboriosidad, la justicia y el humanismo. Es
decir, se trata de encontrar las causas de ese supuesto deterioro de los
valores, en factores externos y en las medidas que nos vimos obligados a tomar,
obligados por los mismos; pero nunca a causa de nuestros propios errores e
insuficiencias, y mucho menos a violaciones de las leyes económicas y a los
principios básicos de la doctrina marxista. O lo que es lo mismo, como dice el
refrán, buscar la pajita en el ojo ajeno.
Para enfrentar este difícil problema, se trazan una
serie de lineamientos a fin de rescatar algunos importantes valores, la mayoría
de los cuales, a mi juicio, resultan demasiado genéricos, esquemáticos y, por
tanto, no son lo suficientemente representativos de nuestra realidad, como son
la dignidad, el patriotismo, el humanismo, la solidaridad, la responsabilidad,
la laboriosidad, la honestidad y la justicia, y con el propósito de lograrlo se
indica una larga receta, la cual se recomienda sea aplicada “de manera
conscientemente organizada, con estudiada intencionalidad, en la que debe
primar el dialogo sincero y abierto, de manera diferenciada, persona a persona,
cara a cara”; de todo lo cual se infiere que para recuperar los valores
perdidos y los que no pudieron crearse nunca, habrá que contar con un plan de
trabajo individual, ajustado a las características de cada una de las personas
sobre las cuales sea necesario trabajar, y, pese a que tal trabajo deberá
emprenderse con un universo de individuos de diferentes generaciones, el mismo
deberá hacerse sobre la marcha, en una especie de campaña, parecida a la lucha
contra el marabú, como si algo tan complejo y difícil como la formación y
arraigo en la conciencia de los valores morales pudiera resolverse con
discursos durante los llamados matutinos que se celebran de manera formal y
rutinaria una vez por semana en centros laborales y escolares, ni con consignas
y llamados a la conciencia escritos en los murales y en las paredes, como si
tal trabajo pudiera ser emprendido así como así, sin ton ni son, por los
sindicatos y núcleos del partido en los centros de trabajo, o por los “ya
aguerridos” Trabajadores Sociales, de igual manera que se lee y explica una
orientación del organismo superior que debe ser cumplida obligatoriamente por
todos.
Para concluir, y retomando la idea inicial:
considero que la juventud no se ha perdido a sí misma. Lo que hizo fue
seguirnos a nosotros, los mayores, que ya avanzábamos por un rumbo equivocado.
Por eso, para enfrentar y resolver el tema de los valores, que es como si
dijéramos el futuro de la nación cubana y de su pueblo, parece que se hace
necesario comenzar por rectificar el camino en lo económico, con sus
correspondientes consecuencias en lo educativo, lo administrativo, lo
productivo, lo constitucional y lo judicial, pues habrá que restablecer a toda
costa el orden general alterado, para poder enrumbar a la sociedad en su conjunto,
partiendo de la doctrina marxista y sin desechar las experiencias positivas y
negativas acumuladas hasta hoy y nuestras propias características y
condicionantes histórico-sociales concretas, al logro de ese futuro comunista
siempre soñado, cuyo camino -según todo parece indicar- hace tiempo
equivocamos.
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